Editado Por: Mariana Gómez Gutiérrez 1101
No es fácil pensar en lo que puede significar para ellos nuestra presencia, y sin embargo, uno termina encontrando una fuerza inesperada en esas miradas y sonrisas que de inmediato te hacen sentir en casa.
En esta visita, llevamos sopas de letras, crucigramas y algunos juegos que parecían simples, pero que poco a poco se transformaron en herramientas mágicas para generar sonrisas y hasta carcajadas, fue impresionante ver cómo algo tan sencillo como una sopa de letras lograba captar su atención y despertar en ellos ese brillo de entusiasmo y competitividad. Muchos abuelitos, a pesar de sus manos temblorosas o de su visión limitada, se esmeraban en completar los retos, y cada palabra encontrada era celebrada como un triunfo. Había un señor don Eugenio, que se reía con cada palabra que descubría, diciendo: “¡Ya la encontré, me la pusieron fácil!”.
Compartir estos momentos, me hicieron comprender el poder de lo cotidiano, esos juegos que para muchos de nosotros pueden pasar desapercibidos o resultar un pasatiempo común, se convierten en una ventana de conexión y sentido para los abuelitos. En cada partida, no solo se trataba de ganar o finalizar la actividad, sino de acompañarse, de sentirse escuchados y valorados.
Al final de la visita, me llevé una reflexión importante: a veces, la verdadera riqueza de un encuentro no está en lo que damos, sino en lo que aprendemos de quienes creemos que necesitan de nosotros.