Fiel Amigo
- Liseth Mejia Enciso
- 10 jun
- 3 Min. de lectura

William era muy pequeño cuando sucedió, por eso le costó asimilarlo. Era un chico muy feliz y carismático, sobre todo con su perrito, Tobías. Recordaba sus dulces ladridos de esos mágicos momentos en los que jugaban en el parque, fue precisamente en uno de esos días cuando el pequeño Shih Tzu murió. Un carro, cuyo conductor estaba desprevenido, atropelló al perro sin darse cuenta. El pobre William aún recuerda la imagen tétrica de su mascota tendida en el piso, rodeada por un charco de sangre. Nunca la olvidaría. Entre lagrimas y tristes recuerdos pasaban los años, sufría, no quería salir ni ver a nadie. Los padres no tenían idea que hacer, así que lo dejaron refugiarse en el mundo de la internet, en el computador que ellos le dieron. Comenzó a relacionarse con la pantalla y las personas que estaban en las redes, videojuegos y demás temas en línea. Así mismo, le gustaba atar su muñeca derecha con un alambre de metal, esto lo hacía porque sentía que lo empujaban, lo tiraban contra las cosas y lo arrastraban, pero nunca hubo nada allí, solo él y su soledad. Incluso hace unas veces se había accidentado y roto la cabeza al ser azotado con la puerta, recuerda que antes de desmayarse oyó una voz que le susurro al oído, “sal de ahí”.
Otro evento que recuerda con claridad fue el día que conoció a Axel, su mejor amigo. Lo conoció en un videojuego en línea, al principio con vagas conversaciones, luego llegó un punto en el que ambos sabían todo del otro, excepto su apariencia. Al recibir el distanciamiento de sus padres y ni siquiera ir a estudiar, Axel fue su única compañía, el único que lo comprendía, su mejor amigo, su “fiel amigo”.
Era un día rutinario como cualquier otro, William estaba pegado a la pantalla con sus ojos cansados, pero bien abiertos, el único ruido que rondaba por la habitación era el toqueteo del mouse y una que otra tecla. William usaba audífonos inalámbricos por los que se escuchaba el videojuego y la música de este, por supuesto estaba conectado con Axel. De pronto su conversación que antes era de mejoras y datos del juego, se tornó en algo más personal. William sintió que su conversación cambio de repente, Axel comenzó hablar sobre su estado económico. “Oye Will, no se si pueda seguir jugando contigo de ahora en adelante, un problema monetario hará que nos quiten todos nuestros bienes” escribió. “¡Ay no! por favor no” respondió el chico triste. “pero” propuso el otro “Tal vez me podrías ayudar con una pequeña suma”. “¡claro! Les preguntare a mis padres” dijo y se aproximo a quitarse en alambre y levantarse. “¡no salgas de tu cuarto! Quiero decir… ¿tú no tienes dinero guardado? “, “si, pero… ¿sabes? Quizá la única forma de hablarnos sea solo de la internet, ¡no te preocupes! Podemos ir juntos al parque o…” “¡No!” fue interrumpido “si sales, ¿qué harás cuando veas todos los carros? Tu me dijiste lo de Tobías”. William se detuvo en seco, sorprendido, hace un minuto estaba pensando en salir, pero ahora había retrocedido, volviendo a aquel recuerdo vivido, sintió que quería llorar. “Anda, ayúdame con un poco ¿sí?”. “como si estuviera hipnotizado empezó por abrir la cuenta que tenia fugazmente, pero antes de que pudiera apretar el botón de enviar algo lo detuvo. Su mano se detuvo sin explicación alguna quedando inmóvil y su cara petrificada, en un parpadeo todo se volvió negro como si estuviera cegado. Desesperado dio la vuelta para ver algo inesperado, era su perro Tobías, parado tiernamente en frente de él. El primer impulso de William fue abrazarlo, pero no se podía mover, entonces antes de salir de aquella ilusión la voz llego desde atrás susurrándole “sal de ahí”. Sin pensarlo William cerro su computador de un golpe, decidido y aliviado se acerco al marco de su puerta y grito. “¡Mamá! ¿vamos al parque?
Editado Por: Juan Cuellas & Juliana Gelvez 702